lunes, 17 de septiembre de 2012

Minifaldas mentales

Transición, Norcorea, Educación

Minifaldas mentales

El principal fracaso del sistema educativo postrevolucionario cubano fue
descartar el caos, la variación y la diversidad como elementos
educativos indispensables

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 17/09/2012 9:41 am

Mi amigo Jorge Ferrer, quien desde hace años cría uno de los mejores
blogs que he leído, ha colocado un post interesantísimo sobre un grupo
musical femenino de Corea del Norte. Lo tituló las minifaldas de Pyongyang.

Me divertí mucho leyéndolo y viendo un video que ha insertado y que
recomiendo a los lectores. El grupo norcoreano es muy afinado y las
muchachas bellísimas. Yo no sé coreano, pero me imagino, por algunos
gestos, que la canción está dedicada a algún líder eterno o a los
soldados fronterizos, nada de lo cual es motivo de inspiración lírica.
El montaje escenográfico y coral es de hace varias décadas, pero nadie
debe olvidar que nosotros vivimos en sociedades que son altas
productoras de música y espectáculos y en eso —quizás solo en eso— somos
muy avanzados.

El mundo asiático es otro, pero también el mundo latinoamericano fuera
del Caribe, Brasil y algunas áreas selectas. Yo, por ejemplo, cuando
visito Centroamérica —excepto Panamá que es puro Caribe— y me pongo a
oír música, me parece que ando viajando con una máquina del tiempo.
Siempre me llama la atención cómo los ticos siguen conservando a la
Flaca de Andrés Calamaro como un hit parade y cómo los nicas, después de
la primera botella de Flor de Caña, entonan La cama de piedra con ojos
humedecidos.

Digo esto para prevenir que algún lector enfebrecido eche la culpa del
rezago musical al comunismo, y de ahí derivar la necesidad de derribar
cuanto antes a los Castro, si queremos mantener a la Isla bailando. Y de
paso para decir que esto no es lo más importante que noto en el video.

Lo más interesante, el principal dato que habla del hieratismo político
norcoreano y de sus implicaciones para su sociedad es la exactitud de
los movimientos. Observen como las lindas chicas mueven cada parte del
cuerpo sincrónicamente, giran y aletean al unísono, hasta sonríen todas
de una vez. Al fondo, dos violinistas hacen exactamente lo mismo. Es el
orden musical perfecto, un orden que no admite caos. Como si fuera un
orden castrense musicalizado.

Y aunque eso es muy asiático, propio de culturas con emperadores y
letrados venerados por convicción, es también muy propio de la mitología
comunista mundana en que todos éramos iguales y deberíamos hacer cada
día las mismas cosas. Como se planificó en Cuba por varios lustros,
cuando la Unión Soviética era irreversible y había más banderas con
hoces y martillos en la bahía de la Habana que en la Plaza Roja un
primero de mayo.

Yo creo que el principal fracaso del sistema educativo
postrevolucionario cubano —cuyos logros nunca se pueden obviar— no
ocurrió cuando la crisis de los 90, sino antes, cuando descartó el caos,
la variación y la diversidad como elementos educativos indispensables. Y
la disidencia como una virtud. De manera que nuestros niños y
adolescentes eran tamizados por un esquema de socialización monótono
cuya meta final era ser como el Che. En eso no había opción. Si algún
niño quería ser como Stevenson, Juan Formell o simplemente como su
padre, se salía del guión. Y era como si una de las chicas norcoreanas
moviera súbitamente los brazos hacia la derecha, cuando las demás los
alzaban.

Fue, y sigue siendo, un sistema educativo que logró niveles altos de
instrucción —lo que miden la UNESCO y los concursos mundiales de
matemática— pero niveles bajos de diversidad. Quedaba muy poco espacio
para los otros, los que eran diferentes, para una apreciación
intercultural del mundo. Y tampoco para ese don que mueve a las
sociedades: la creatividad. Fuimos educados en la idea de que lo
principal ya estaba hecho —por ejemplo una revolución que se consideraba
viva tras medio siglo de feroz conservadurismo—, y que lo que nos
correspondía era agregar arandelas al producto, lo que se llamaba
perfeccionar.

El síndrome de las chicas norcoreanas nos ha afectado tanto, que aún
cuando tomamos el camino de la emigración, continuamos profesando la
intolerancia y la agresividad contra los que piensan diferente. Incluso
cuando declaramos que estamos por la democracia, el entendimiento y el
diálogo. Porque al final, como las chicas con minifaldas de Ferrer, solo
dialogamos con los que piensan igual que nosotros, lo cual no es nada
creativo, pero embalsama el alma.

Creo que me fui de tema, así que vuelvo a los orígenes: a felicitar a
Jorge Ferrer por su agudeza y buen humor, y que podamos seguir oyendo el
tono de la voz. Y ¿por qué no? A las lindas chicas norcoreanas con sus
minifaldas de lentejuelas.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/minifaldas-mentales-280131

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