lunes, 17 de junio de 2013

Universidades cubanas de la aspiración a líderes a la ronda de consuelo

EDUCACIÓN

Universidades cubanas: de la aspiración a líderes a la ronda de consuelo
IVÁN DARIAS ALFONSO | Londres | 17 Jun 2013 - 8:08 am.

¿Qué pasa y qué debería pasar con la educación superior en Cuba?

El anuncio reciente de que las universidades cubanas han descendido en
la relación que agrupa a las mejores de América Latina debe preocupar a
todos los interesados en el presente y el futuro del país. Aunque tal
descenso alarma, la lista en sí no es un referente sobre la
competitividad de las instituciones del área. Por desgracia, las
universidades latinoamericanas generalmente no figuran en lugares
privilegiados en los dos más importantes rankings universitarios: el de
Shanghái, compilado por la Universidad Jiao Tong, de esa ciudad china, y
el del Suplemento de Educación Superior del diario británico The Times.
En la más reciente edición de este último, por ejemplo, la primera
universidad de Iberoamérica enlistada, la de Sao Paulo, aparece solo en
el puesto 158.

Brasil ha emergido como una potencia educacional gracias a un modelo que
prioriza la investigación por sobre la docencia, similar a varias
fórmulas exitosas que repiten universidades norteamericanas, europeas y
las del emergente sector asiático. Sin embargo, otras instituciones
todavía no han encontrado una solución eficiente para articular una
mejor relación entre la formación profesional de los estudiantes y el
perfil de investigación de los profesores. En la Isla, este también
constituye uno de los problemas actuales del sector.

En la enseñanza superior cubana muchos programas de estudio todavía se
rigen por criterios desfasados que apuntan a debates ontológicos y
epistemológicos ya superados en el mundo occidental y hasta en
Iberoamérica. A la academia cubana, al parecer, le ha costado superar el
shock filosófico que trajo aparejada la caída del socialismo y, sobre
todo, en las Ciencias Sociales y Humanísticas, la única solución ha sido
la vuelta al pasado, al punto de no retorno que significó el año 1989.
Solo que el impasse ya dura dos décadas y media, tiempo suficiente para
haberse puesto al día. Hay que destacar que algunas carreras cuentan con
profesores interesados en los fundamentos actuales de sus respectivas
especialidades; no obstante, tales enseñanzas no se traducen bien en
materia de investigación. Basta toparse con obras ensayísticas
publicadas en fecha reciente, que basan la mayor parte de su argumento
en teorías y autores previos a 1989 e ignoran la lectura crítica de
tales representantes hecha por otros más contemporáneos, incluso del
ámbito regional.

Otro ejemplo que desconcierta es el de la presencia online de las
universidades criollas. Ocurre como en la gran mayoría de webs
institucionales de la Isla, que no acaban de entender que un sitio
digital implica mucho más que repetir el concepto del "mural del
sindicato", si es que estos existen hoy en los centros laborales o casas
de altos estudios. La información en internet sobre las universidades
resulta elemental y básica, además de estática, lo que dificulta
entender cuán activa e interactiva es determinada facultad, determinado
claustro.

En un artículo publicado en el rotativo británico The Guardian, el
profesor Leandro Tessler, de la Universidad Estatal de Campinas, cita la
necesidad del uso del idioma inglés como uno de los factores a
considerar por las instituciones latinoamericanas para aspirar a mejores
puestos en los rankings mundiales. En su análisis, Tessler critica la
confusión entre educación superior y educación universitaria y el hecho
de que la gran mayoría de universidades se definan como centros de
investigación, aunque muy pocas realicen investigaciones relevantes.

Según el profesor brasileño, América Latina continúa siguiendo el modelo
propio del siglo XIX, basado en la tradición europea del entrenamiento
profesional. Cualquier intento por cambiar tal filosofía ha sido
notablemente rechazado por los sectores más conservadores de las
sociedades latinoamericanas, no siempre vinculados a la Iglesia
Católica, aunque el número de instituciones que aún conservan en su
nombre epítetos como Pontificia o Católica, podría justificar lo
contrario. Tal vez no pocos rectores latinoamericanos se hayan
familiarizado a fondo con las particularidades del Proceso de Bolonia,
sin embargo, las discusiones sobre cómo se adaptaría el mercado
universitario a esta y otras iniciativas globales, marchan con demasiada
lentitud, o aún no han aparecido.

Menciono todas estas características del ámbito académico
latinoamericano porque las universidades de la Isla pecan igualmente de
tal conservadurismo y, como bien comenta Tessler, deberían también
asumir el inglés como lengua franca si en realidad desean aumentar la
competitividad a escala regional. Pero el uso del idioma no puede
quedarse en la versión criolla del "me defiendo", sino dirigirse hacia
un entrenamiento más abarcador que incluya la impartición de cursos en
inglés en todas las especialidades, el acceso a bibliografía
especializada (casi siempre en ese idioma) y la publicación de los
resultados de investigación en revistas académicas indexadas,
mayoritariamente disponibles en inglés. Esto último, lo de las
publicaciones, validará el potencial e impacto de las investigaciones
cubanas, pues por norma los artículos se revisan y discuten por colegas
científicos en una tradición que, pese a no pocas críticas (sobre todo
en cuanto a la disponibilidad y al acceso posterior de los autores a sus
textos), sobrepasan a las publicaciones latinoamericanas, que no siempre
se conciben según los mismos estándares.

Hacia la rigidez y el estancamiento

En Cuba, las universidades han mantenido la herencia que critica Tessler
y que impone límites al conocimiento, no solo debido al lógico
adoctrinamiento ideológico sino a las relaciones de poder propias del
entorno universitario en el que profesores y catedráticos acumulan
demasiada autoridad tanto en la producción como en la distribución del
saber. Hay que reconocer que la codiciada plaza de profesor difiere un
poco de lo que en Norteamérica se denomina el tenure (profesor titular)
y se asemeja más al modelo ibérico en el que los académicos terminan
instalados en los puestos "de por vida", como si se tratara de un
funcionario público más. No en balde resulta tan difícil lograr una
plaza a contrato permanente en España, Italia o Portugal, pues amén de
las complicadas e inflexibles leyes laborales, es preciso esperar porque
los "sembrados" decidan jubilarse o fallezcan, para que un joven
graduado o un ya avezado investigador-profesor se adueñe de sus plazas.

En la Isla, el panorama es similar, máxime si con el ejemplo cercano de
la gerontocracia partidista, los viejos profesores están en todo el
derecho a no acogerse a la jubilación. No ocurre así en el Reino Unido,
Australia, Escandinavia y, en menor medida, en otras naciones de la
Unión Europea (Alemania, BENELUX, Austria y Francia), donde el mercado
laboral académico aparenta una mayor movilidad y no es casual que en el
espacio de una década, un profesor-investigador se haya movido por al
menos tres o cuatro instituciones.

La gran mayoría de las universidades cubanas se definen como centros de
investigación, aunque pocas han logrado mantenerse como proveedores de
tecnología y avances para la región, las provincias en las que se
ubican, o para todo el país. Parte de la responsabilidad estriba en la
difícil relación entre universidades y Gobierno, en teoría el máximo
beneficiario del capital humano formado en la Educación Superior. Las
autoridades, incluso en la época de relativa bonanza económica en los
80, nunca concibieron una estrategia eficiente y duradera de I+D. Este
limitado apoyo estatal no obedece solamente a la férrea guía ideológica,
aunque en las universidades, como en cualquier otra institución de la
Isla, el PCC determina y rige. Sin embargo, en el actual contexto, en
medio de reformas que prometen, pero que se suceden de modo muy lento,
mejorar posiciones en los rankings universitarios no es una prioridad
gubernamental. Al menos en apariencia, las autoridades siguen apostando
por una solución integral salvadora que nunca emergió en 1994 y que hoy,
al cabo de casi dos décadas, resulta difícil que aparezca.

En esos mismos veinte años, las facultades cubanas han ido formando,
siempre en la medida de sus posibilidades, a profesionales a quienes les
resulta difícil insertarse en la depauperada economía nacional. A
mediados de los 90, con la flexibilización de las restricciones
migratorias, muchos graduados en esa década y en las anteriores,
descubrieron las posibilidades de formación en otros países y emigraron
en un viaje muchas veces sin retorno. Otros optaron por el atractivo de
nuevos sectores como el turismo y las empresas mixtas. En la actualidad,
el MINTUR forma a su personal en escuelas especializadas, por lo que a
cualquier graduado de otra especialidad no afín le será más difícil
entrar al sector que en otras épocas. Eso, suponiendo que —profesional
al fin y al cabo— se desentienda de modos más oscuros de acceder a
plazas, pues con toda la retórica anticorrupción reinante en la altas
esferas, no hay que desestimar la idea de empleados corruptos
prometiendo villas y castillas hoteleras. De no contar con tales
prospectos, muchos graduados universitarios terminarán ingresando en el
creciente y más lucrativo sector del trabajo por cuenta propia. Sin
embargo, tal elección terminará por justificar cualquier decisión
relativa a no optar por una carrera universitaria en los jóvenes que
ahora cursan el preuniversitario, pues, como si no fuera suficiente la
desmotivación a la cual conducen los actuales programas de estudio,
ayuda menos pensar que cinco años más de instrucción no garantizarán un
empleo estable y gratificante.

El actual modelo de especialidades ha cambiado poco en cuanto a la
oferta en los últimos treinta años. Cada cierto tiempo aparecen carreras
nunca antes estudiadas en el programa de las facultades y muchos
adolescentes de preuniversitario se entusiasman por tales novedades.
Mas, tales experimentos carecen de una continuidad y de un plan a largo
plazo que también contribuya a un buen futuro profesional. Ha habido
otras experimentaciones también lamentables como las derivadas de la
"masivización de la enseñanza", proyecto que creó filiales
universitarias en todos los municipios del país sin las condiciones
materiales para ello. Siempre será difícil justificar tal diseminación,
sin bases materiales e infraestructura, en una movida que ni los países
desarrollados se aventuran a realizar. Por el contrario, las discusiones
sobre el crecimiento institucional en Occidente, por lo general
comienzan por debatir si en realidad el número de universidades debe
aumentarse o reducirse.

Universidad para todos… los que puedan

Tal vez vaya siendo hora de remover todo el sistema de empleo derivado
de aquellos planes quinquenales, que nunca aportaron demasiado, y
promover a la universidad como un centro de formación diverso, con menos
restricciones. Los límites los impone el Ministerio del Trabajo,
comprometido por su "política" de garantizar a toda costa una ubicación
laboral a cada graduado, algo que, aunque se logre en teoría, no entraña
necesariamente una correspondencia entre puesto laboral y especialidad
universitaria cursada. Ejemplos sobran y cada año incrementan el
anecdotario colectivo sobre ese período improductivo y mal remunerado
que todavía llaman Servicio Social, cuando los graduados terminan en
lugares que poco o nada tienen que ver con lo estudiado.

Existe un modo más bien creativo de solucionar tal problema, como ocurre
en el mundo occidental donde el Estado no determina la ubicación, una
vez terminada la universidad. Corresponde a los egresados de las
facultades procurarse un puesto en el siempre competitivo y despiadado
mercado laboral. Ello conlleva a que los profesionales adopten un modelo
más flexible en cuanto a combinar lo estudiado con la práctica, siempre
y cuando las habilidades aprendidas se adapten a las exigencias del
puesto laboral. No se trata de que un ingeniero agrónomo ejerza como
neurocirujano, pero sí de buscar experiencias comunes.

Por tradición, en la Isla han sido más estrictos a la hora de permitir
semejantes desvíos de la norma. Tanto el modelo de ubicación como el de
formación, resultan demasiado inamovibles para los estándares
internacionales, impedimentos que se justifican únicamente debido a
patrones culturales. Para la retórica institucional, por ejemplo, solo
alguien con una formación rectilínea en Arquitectura puede ejercer de
profesor de tal especialidad. Las trayectorias menos directas se
rechazan, digamos la de un graduado de Física que decidió especializarse
en materiales de construcción y luego en Ingeniería Civil. La sabiduría
popular tampoco es menos sentenciosa y abundan críticas al estilo de
"¿cómo me va a enseñar Historia si ese lo que estudió fue Lengua Inglesa?".

En su estrategia para el futuro, las universidades cubanas deben
contemplar soluciones que garanticen una formación continua. Muchas la
previeron a inicios de los 90, cuando aparecieron innumerables cursos de
maestrías a los que entusiastas licenciados e ingenieros se apuntaron,
tal vez imaginándolas como boleto hacia una situación laboral más
prometedora. Tampoco uno podía culparlos, eran los tiempos de la
inversión extranjera y la colaboración económica, y las posiciones en
aquellas "gerencias" y empresas mixtas precisaban de postgraduados
"competentes". Además, también florecieron los convenios entre
universidades locales y foráneas, gracias a los cuales educarse no solo
implicaba el acercamiento a otros enfoques y modelos tecnológicos, sino
también rebasar las siempre intimidantes fronteras territoriales de la Isla.

Una institución más flexible y abocada a la formación continuada
garantizará un mejor uso de la enseñanza superior y su futuro. Con una
estrategia a tal efecto, las universidades podrán concentrarse mejor en
establecer vínculos regionales y con otras instituciones extranjeras, en
explotar mejor el capital humano, eliminar la desigualdad social
imperante y, sobre todo, contribuir al desarrollo sostenible del país,
un objetivo que parece haber abandonado el discurso oficial que en otro
tiempo lo tenía como bandera y consigna.

Para llegar allí será necesario derribar no pocas barreras culturales,
una vez que en el futuro la ideología pierda la influencia abarcadora
que tiene hoy. Y recalco en el adjetivo culturales, porque todavía
priman aseveraciones con poca o ninguna base científica que impiden un
desarrollo mayor. Por ejemplo, la concepción de que un universitario al
terminar domina todos los aspectos de su especialidad y, por tanto, no
precisa de superación. Si en las anteriores generaciones muchos, por
voluntad propia, se animaban a postgrados y diplomados, en la actualidad
aquellos que decidan optar por una especialidad universitaria, merecen
un premio mayor que el título que conseguirán al cabo de cinco años,
pues solo ellos y sus padres pueden comprender lo que supone vencer el
desalentador panorama educacional de la Isla. Para que estos graduados
continúen luego con la voluntad de superarse, se precisará de poco menos
que un milagro.

A menos que contemplen la idea de emigrar, la situación económica actual
les deja pocas esperanzas para ejercer como profesionales. Mientras las
autoridades sigan empeñadas en priorizar reclamos al estilo de la
"defensa de la patria" o la "supervivencia de la revolución", quienes se
gradúen en las universidades criollas seguirán condenados a imaginar un
contexto diferente, léase otra isla, en la que pongan a prueba los
conocimientos adquiridos. Cuesta creer que el discurso de la plaza
sitiada de los iniciales años 90, luego de la desaparición del campo
socialista, haya cambiado tan poco en más de dos décadas, pero ahí está,
atentando contra la posibilidad de todo un país de salir adelante.

Source: "Universidades cubanas: de la aspiración a líderes a la ronda de
consuelo | Diario de Cuba" -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1371449317_3790.html

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